lunes, 1 de julio de 2013

Reflexiones nocturnas

Ahí estaba, sentado nuevamente frente a un texto adornado sutilmente por palabras floridas que no me decían nada. Simplemente detalles estéticos de lo que se supone, están compuestos los buenos relatos, pero que habían encerrado la creatividad del escritor. Nada diferente a otras cosas que había leído recientemente.
Agaché la cabeza ligeramente decepcionado. Mi resoplido cansino rompió con la armonía que componían los sonidos de la noche. Se me arqueó una sonrisa por el gastado recurso literario con el que describí la actividad nocturna.
Un poco agobiado por el trabajo de la semana, pensé que era un buen momento para acostarse. Miré el reloj que se sumergía en las penumbras. Algo así como la una, ¿O eran las dos de la madrugada? La suerte de saber que al otro día no debía viajar al pueblo para atender mis responsabilidades laborales, me dio un plus de energía.
Fije la vista en la ventana. En parte, la decisión de irme a vivir al campo tenía sustento en momentos como el que estaba presenciando. ¿Cómo describirlo? Impagable parecía una palabra apropiada, pero no pretendía reducir tamaña emoción a una lógica consumista. Ya que la belleza no es mas que una construcción subjetiva, me parece correcto liberar la composición del paisaje a la imaginación. Creo entonces, que lo mas acertado sería el término "indescriptible".
Cargué una reposera a mi hombro y la llevé al césped que estaba a tono con la oscuridad azulina de la noche. Entre la búsqueda del lugar correcto para una reflexión nocturna, mi mirada se topó con la luna que brillaba sobre el campo. No parecía la misma que había dejado seis meses antes en la ciudad. Ahora era mas grande, mas definida, mucho mas esclarecida. Encontré el lugar adecuado y me senté a mirarla.
¿Qué era lo que hacía a toda esa inmensidad visible? Uno no parece percatarse de lo que es realmente el mundo cuando la vorágine de la ciudad se lo devora. Y si la ceguera impide ver algo tan evidente como las estrellas, ¿de qué otras cosas nos estaremos perdiendo?, ¿qué otras cuestiones no estamos atendiendo por la falta de tiempo?. Tiempo. Se le ha dicho tirano, lo que es algo sumamente extraño tratándose de un abstracto. ¿Y si el verdadero tirano no es el tiempo, sino aquel que lo usa para ejercer su tiranía? Porque alguien debe haberlo creado. Alguien en algún lugar tuvo la idea de que el fluir de la vida tenía que estar atada a la numeración de un almanaque y que se debía parcelar cada momento de nuestras vidas. No reniego de su evidente existencia, sino de su uso con fines tiránicos: de la manipulación del tiempo en favor de grandes intereses en los que no tenemos cabida pero del que somos parte; de la depresión por el paso del tiempo, debido al imaginario que sitúa a la juventud como tiempo de los sueños y la belleza.
A riesgo de estancar el relato en un cúmulo de reflexiones pseudo-científicas, cabe aclarar que el período de concentración fue breve. El sonido galopante de unos cascos rompió la tranquilidad que había encontrado.
En un principio me sobresalté. El ruido se hacía cada vez mas cercano. Ya se veía el movimiento entre las sombras. Ya escuchaba el relinche furioso del caballo que se venía amenazante. Ya estaba próximo, y luego mas, y después un poco mas. Y los nervios me ponían la "piel de gallina". Y nunca nadie había andado por allí desde que vivía en el lugar. Por fin se detuvo.
Me acerqué lentamente. Había unas siluetas que no definía. ¿Eran dos, tres personas? Corrí detrás de un árbol, procurando hacer el menor ruido posible. Miré con mas detalle: eran dos jóvenes adultos. Un hombre y una mujer, pueblerinos seguramente, en alguna aventura romántica a las afueras.
Aliviado, procuré no interceder para no echar a perder el momento. Me quedé sentado un rato escuchando las cursilerías exageradas de un "amor imposible", como deslizó el muchacho en la conversación. Al parecer, cuestiones de familias aristocráticas. Una de esas historias idealizadas que nos hacen creer desde las películas o los cuentos. Decidí dejarlos allí, viviendo la burbuja de un enamoramiento empalagoso que supera cualquier adversidad, ya que al fin y al cabo, esos momentos son los menos.
Me escabullí entre la frondosa vegetación dispuesto a una caminata por el monte. Me dejé perder entre la vida salvaje que crecía, mientras pensaba en el texto de palabras floridas que había leído un rato antes. Era de esos formatos de "nudo, desenlace, final", estrictamente definido en los talleres literarios, con metáforas, metonimias, anáforas, elipsis, paralipsis, prolepsis . En definitiva, impecable desde lo estético. Pero, lo sorprendente era la manera absolutamente decorosa que tenía para decir absolutamente nada. Una historia completamente igual a otras, pero con una variación leve. Detalles muy cuidados, pero muy poco jugado desde lo artístico. Cuestiones convencionalmente naturalizadas como verdaderas, como posibles, como si una ficción le debiera algo a la realidad. Se le teme a lo diferente, por eso se articulan vidas rutinarias alrededor de lo cómodo-conocido. Por eso se le teme al conocimiento, por eso aburre saber que a una revelación le siguen mas preguntas. Y ese mismo temor invade la esfera artística: hay miedo en la producción de ideas diferentes, a caer en el ridículo, a expresar algo que sea distinto de la burocratización del saber, del que se adueñaron ciertos "expertos" en la materia.
Paré en seco. El sonido de unas voces no muy distantes encendió nuevamente mi alerta y distrajo mi atención. Una perturbadora risa guió mi mirada a dos hombres de traje. Uno de ellos cargaba una gran bolsa. Habían hecho un pozo. Risas de nuevo. El mas robusto depositó la bolsa en el agujero y tomó una pala que estaba a su costado. El otro, alto y flaco, hizo lo mismo. Y empezaron a tapar de tierra.
Con el temblequeo en las piernas, me tiré directamente al suelo para pasar desapercibido. ¿Había presenciado un entierro mafioso? Me sentía como ese testigo al que luego van a tocarle la puerta porque sabe demasiado. Las risas pararon.
Cuando me incorporé, ambos personajes estaban caminando de espaldas hacia un auto. Arrancaron y se fueron. Ni siquiera quise saber que era lo que estaban enterrando.
Mientras pateaba otro rato por el monte, me hacía una película de lo que podría haber sucedido: un tipo normal se había metido en un negocio con un grupo de delincuentes, algo salió mal y lo bajaron. Pensé entonces en el valor que le damos a la guita, a lo material. ¿No es curioso que los privilegios siempre estén por encima de la vida misma? Es algo alarmante si se piensa desde una perspectiva positiva de la "evolución social" del ser humano. Es alarmante, porque la historia demuestra que en momentos decisivos, los intereses siempre primaron frente a las personas. Pero esto es algo que abre la puerta a una reflexión que no se podía abarcar esa noche.
Volví a sobresaltarme. Otro incesante galopeo de un caballo. Era el mismo del principio, pero ahora no llevaba a ningún jinete en el lomo. Se venía, se venía. Demasiado rápido. ¡Ya casi estaba!, ¿Qué iba a hacer?, ¡no había tiempo para nada! Salté a un costado para evitar el topetazo y caí de boca al pastizal. La noche se estaba poniendo extraña.
¿Por qué el caballo andaba solo? Algo tendría que haberlo asustado para que cortara la noche como un relámpago desbocado. Miedo seguro. Y vaya si uno no sabe de eso. Creo que fue por miedo que terminé en el campo. ¿A qué le tengo miedo? Creo que a vivir siempre construyendo mi fracaso. Y el fracaso es precisamente producto del miedo. Miedo a lo que opinan los demás, a encontrarse con situaciones que uno no puede llevar, a sufrir, a la soledad, a estancarse, a no vivir todas las experiencias que se haya querido. Y así lentamente se va haciendo uno un fracasado.
 Escuché unos gritos. Aparecieron los jóvenes románticos que estaban cerca de mi casa, a largos metros de donde yo estaba. Corrían despavoridos. Pedían una ayuda que no iba a llegar. El chico se cae. Aparece una sombra misteriosa con un cuchillo. Esto ya era demasiado para mí.
Mis piernas volaban solas por el monte, se movían por inercia. Creo que nunca había ido tan rápido en mi vida, salvo aquella vez en la ciudad y los resultados no eran nada alentadores. Está bien que el contexto en ese entonces era diferente, la felicidad mantenía a mi conciencia difusa. Por un momento me identifiqué con la pareja de jóvenes que todavía gritaban por sus vidas. La culpa de haberlos dejado allí me golpeó como un déjà-vú de lo que era mi situación seis meses atrás: huir y dejar el amor abandonado, agonizante.
Empapado en algo que no podía identificar como transpiración o lágrimas, pegué el "volantazo" (para darle una sensación de dinamismo a lo que en realidad era un trastabillante trotecito) y volví en dirección a los gritos. Me armé de valentía y aceleré el paso sin saber muy bien que era lo que estaba haciendo, sin un plan, sin nada. Invadido por el sabor amargo de pensar que esa era la forma de actuar y lo había descubierto demasiado tarde.
Cuando llegué, la escena era algo confusa. La chica gritando, dos pibes matándose a trompadas, el cuchillo en el suelo y yo ahí, parado sin tener ni un poco de idea de como proseguir. La mujer descubrió mi presencia y se dirigió a mi al grito de "ayuda por favor". Todavía estaba aturdido por la situación, pero me lancé con el miedo y los nervios a cuesta. Tomé de la cintura al agresor. Era joven, probablemente de la misma edad que los dos empalagosos enamorados. Le pegué una, otra y después otra vez. Recibí lo mío una, otra y después otra vez. El novio de la chica me dio una mano y logramos frenarlo.
A las respectivas gracias le siguió una explicación del incidente. La típica historia del ex despechado dispuesto a realizar una masacre a las afueras del pueblo para no levantar sospechas. Les dije que se quedaran ahí, que esperaran mientras iba a la casa de uno de los pocos policías en el área para informarle de la situación. Obviamente me llevé el cuchillo.
Un poco en shock, un poco triste, exhausto por el esfuerzo físico, emprendí el camino a la ruta para llegar a las primeras casas del poblado. Iba a un paso ligero a pesar del cansancio. Ligero como los pensamientos que fluían uno a uno en mi cabeza. ¿Podría haber hecho las cosas diferente antes de venir al campo? No me percaté hasta entonces que las estrellas estaban ante mis ojos, pero no era la vorágine de la ciudad lo que no me dejaba verlas. Eran mis ideas preconcebidas sobre el amor, era mi propia concepción tiránica de los tiempos cortos, eran mis aires burocráticos de como una historia debe ser, era mi egoísmo, mis miedos. Quizás también debería dejar esto a la libre imaginación, ya que el sufrimiento de entender algo que no se quería entender, también es algo subjetivo. Un abstracto que todos sienten de forma diferente.
Alcancé la ruta en un largo tiempo que se me hizo corto. Sin darme cuenta había hecho un recorrido fantasmal por el monte hacia el pavimento. A no mucha distancia de donde estaba, un auto encendió las luces altas y me encandiló. "¿Era él?, ¿era el que nos estaba viendo?" No necesitaba escuchar mas para entender lo que pasaba. Salté al costado de la ruta. Corrí como pude, como el cuerpo me respondía por el pastizal, rogando que ninguna de las balas me alcanzara. Esperaba nuevamente que la oscuridad se convirtiera en mi aliada, como lo había sido en los últimos tiempos. Ocultarse, huir, desaparecer, un hábito que ya era una penosa habilidad por esos días.
La balacera había sido infernal. Estaba acurrucado detrás de un árbol cuando paró. Vi como se acercaban las dos personas: uno robusto, el otro alto y flaco. Me buscaban. Parecían preocupados, al parecer había visto demasiado. Y me habían visto demasiado. Y ya sentía las linternas cercanas. ¿Este era el final?, ¿el error de unas reflexiones nocturnas, el error de todo esto lo iba a terminar pagando de esta manera?
Y como una luz que aparece cuando uno camina a tientas por una penumbra que ya se había hecho amiga, mi mano se encontró con el cuchillo que había levantado de mi reciente acto heroico. Era momento de poner mi valentía a prueba otra vez, dos veces en una noche para que la lección quedara bien clara.
Tenía que ser frío, despejar la mente y pensar cuidadosamente los movimientos. Eran dos, pero se habían separado y uno estaba a dos árboles de donde me encontraba. Continué agachado. Me moví silenciosamente para agarrarlo por la espalda. Un movimiento rápido. Sangre. Le tapé la boca y lo llevé al piso. Faltaba uno mas.
No tenía intenciones de ser tan sutil con el otro. Agarré el arma que el muchacho robusto tenía en su mano y caminé llevado por la adrenalina. Apunté sintiéndome el protagonista de la típica película holliwoodense, llena de efectos especiales, protagonizando al héroe que lo puede con todo. Pero el dolor me trajo a la realidad. La bala me pegó en el costado de la panza e hizo que cayera al piso una vez mas en la noche. Me levanté con lo último de voluntad que me quedaba y disparé para todos lados hasta dar en el blanco.
No daba mas. Me desplomé con un mareo terrible. Agaché la cabeza ligeramente decepcionado. Mi resoplido cansino rompió con la armonía que componían los sonidos de la noche. Se me arqueó una sonrisa por el gastado recurso literario con el que describí la actividad nocturna.
Para tranquilizarme volví a pensar en el texto que había leído. Lleno de clichés, lugares comunes, sin que me dejara nada interesante en que pensar. Mucho florido para la típica historia que termina y no te marca en nada. Ni siquiera un atisbo de lo que quería expresar el autor. Demasiada estructura de "nudo, desenlace, final", como si la imaginación tuviera que tener necesariamente una terminación. Como si el relato tuviera que concluir y no siguiera mas allá de la palabra "fin".








martes, 26 de febrero de 2013

El reflejo



Estaba flaco, mas que de costumbre. Lucía extraño a la última vez que lo había visto. Su cuerpo ya no tenía su forma atlética que había ostentado, sino que estaba delgado de forma insalubre. 
Tengo que admitir que me sorprendió el aspecto de la cara: llamaba la atención de una forma desagradable. Terriblemente demacrada, dejaba relucir sus arrugas por el andar del tiempo, marcando un contraste tranquilizador a comparación de sus peores años... 
Tenía una expresión malhumorada, de una triste repugnancia al peso de la experiencia, al paso de los años. El ceño fruncido parecía haberse vuelto una costumbre que se evidenciaba en la profunda marca de su entrecejo. 
Atrás habían quedado esos tiempos de largas y frondosas cabelleras, que lucía alegremente por la vida. En su lugar, unos pocos pelos canosos adornaban un cuero cabelludo que ya se veía casi íntegramente. Me daba una cierta calma verlo tan apacible, tan quieto y debilitado. 
Lo miré a los ojos y aparté la vista enseguida. Me posé en las manos. No podía verlas bien porque estaban dentro del chaleco, pero sabía que las estaba moviendo. Sus dedos largos parecían conservar su fuerza frenética. Todavía los podía recordar acariciando el cuerpo que perdía color y se volvía frío. 
Cerré los ojos enérgicamente y los abrí de nuevo. 
¡Por Dios que flaco estaba! Daba pena ver su semblante encorvado, deforme por el deterioro de los huesos. Era un esqueleto haciendo de fantasma con una sábana de piel y sangre. Irónicamente, mis labios se arquearon en una sonrisa fugaz por la metáfora. 
Sucedió tan gradualmente que seguramente no se había dado cuenta. La vejez lo había golpeado fuertemente, llegando a un galope veloz. Primero un año, después otro, después ESE año, después otro y ahí estaba, postrado en una habitación, tratando de sobrevivir a un nuevo invierno. 
De joven vigoroso a viejo decrépito, de hombre de la casa a un gélido asilo, de poderoso emprendedor a estorbo social, de amante cruel y feroz a un pobre solitario. 
Lo desesperante de su situación era lo irreversible de la misma. El hecho de no poder hacer nada para cambiarla lo deprimía de una manera atroz. La forma de desperdiciar sus últimos años lo volvía loco, un poco mas. Una depresión que se dejaba ver en sus párpados entrecerrados, en el brillo de sus ojos. ¿Una mirada de auxilio quizás? Había que ser bravo en serio para escaparse de tantos medicamentos. Volví a apartar la mirada con rapidez. 
Sonó una campanada en una iglesia cercana, que marcaba la media noche. ¿Cuánto habría cambiado el mundo que había conocido? Otra campanada. ¿Dónde habrán ido a parar todos aquellos con los que había compartido su vida, su felicidad? Otra campanada resonó en sus oídos. Tenía los ojos bien abiertos ahora, en una mueca de terror, de ese miedo que recorre el cuerpo y lo desgarra. ¿Qué pasaría, a dónde iría?, ¿se perdonarían los pecados?, ¿se perdonaría su sadismo? Ya no escuchaba las campanadas, pero estaba seguro de que seguían sonando. Lo deben haber notado, porque rápidamente tenía sus manos agarrándome fuertemente para calmarme. Mientras tanto otro médico se llevó el espejo y mi reflejo se fue con él. 
Sentí la aguja punzante en el cuello y al cabo de un rato estaba manso de nuevo, mirando por la ventana de la celda, otra vez.

lunes, 18 de febrero de 2013

El afán por ser diferente

"Yo soy distinto, soy mejor, soy diferente"
"Yo soy distinto, soy mejor, soy diferente"
"Yo soy distinto, soy mejor, soy diferente"
"Yo soy distinto, soy mejor, soy diferente"
"Yo soy distinto, soy mejor, soy diferente"
"Yo soy distinto, soy mejor, soy diferente"
"Yo soy distinto, soy mejor, soy diferente"
"Yo soy distinto, soy mejor, soy diferente"
"Yo soy distinto, soy mejor, soy diferente"

Y así terminaron siendo todos iguales.

domingo, 15 de julio de 2012

Ave Fénix

No tiembles, no te muevas. 
Sentí el cálido hormigueo que recorre tu espalda y cerrá los ojos.
Sonreí, sentí lo que te trae el tacto con la yema de tus dedos.
Pensá en como se iluminaba el mundo por las mañanas, recordá esos primeros rayos del sol.
Viví de nuevo todo tu pasado para recordar como fue y nunca será.
Que los gritos no te aterren, que los ruidos no te distraigan.
Que la brisa te peine, que las cenizas no te molesten.
Transformá ese instante en un eterno momento. Que el fuego invada lentamente cada rincón de la habitación y que se desintegre con tu cuerpo parte por parte, célula por célula.
Abrí los ojos para ver el infierno y recordá, que mientras nosotros hablamos el mundo se quema...